LAS HIJAS DEL CAPITÁN
María Dueñas. 2018. Ed. Planeta
He abordado la lectura de Las Hijas del Capitán con motivo de las jornadas literarias que, Carlos Escobar y Consuelo Mengual, han organizado en el Hospital Morales Meseguer de Murcia, y a las que pretendo asistir, al menos, la última en la que estará presente la autora.
No había leído nada de María Dueñas, pero, para empezar, diré que me parece una autora de gran rigor en el soporte que da a esta obra: la ciudad de Nueva York y la emigración española del primer tercio del siglo XX con este destino, así como el comportamiento humano ante las diferentes circunstancias vitales que se van presentando, están diseccionadas con escala milimétrica. La misma autora agradece en el apartado del libro para tal fin, como si de un trabajo académico se tratara, las fuentes utilizadas, así como por la bibliografía citada.
La Nueva York de los años 30, especialmente en la que se asentaban los inmigrantes españoles, es para mí, arquitecto urbanista enamorado de la ciudad en general, la principal protagonista de la novela. Se recorre por sus numeradas avenidas y calles como si lo fuera de manera habitual, mostrando edificios, comercios, locales, ambientes y todo lo que conforma una ciudad, de manera que se siente el lector inmerso en esa trama de convivencia humana; hoteles y sus nombres y características; hospitales y sus destinatarios, establecimientos comerciales, restaurantes, -el Waldorf Astoria-, hasta la más simple taberna para inmigrantes y sus nombres. Modas y estilos de ropa, marcas de bebidas más o menos habituales, modelos de coches de la época. La prensa. Todo ello precedido del plano de la ciudad de la época y fotografías…
Estados Unidos de América, constituye en el primer tercio del siglo XX, un atractivo para la paupérrima Europa, a la que le costaba trabajo entrar en el desarrollo económico por guerras y situaciones políticas, por lo que llegar a la isla de Ellis e iluminarse con la antorcha de la estatua de la Libertad para afrontar una nueva vida, era algo muy ambicionado, aunque no completamente deseado por lo que suponía romper con sus raíces, pasado y propia identidad; (en el capítulo 43 se dice que en las conversaciones, el tema preferente lo constituían “los territorios recurrentes, en el imaginario de todos los emigrados”). Los protagonistas de esta novela son esos seres, que una vez alcanzada la meta física, han de alcanzar la de la condición humana, en la que sus valores se ponen en marcha, en gran mayoría en el sentido más positivo, creativo y solidario, y en otra parte aflorando los más oscuros, egoístas y despreciables. Están presentes las asociaciones civiles y religiosas de apoyo a los desfavorecidos, defensa de intereses comunes o lazos geográficos, o las mafias que sirven a la ilegalidad, o beneficiándose torticeramente de una mal entendida legalidad.
Los diferentes colectivos están representados en una panoplia de personajes muy definidos, desde los más protagonistas a los que sirven para conformar la trama de la novela, la urdimbre que da soporte a los objetivos de la autora. Destacan los miembros de la familia Arenas, y hasta se hace referencia a algunos de los más destacados miembros de la colonia española, llegando a aparecer en la parte científica el Dr. Castroviejo, o en la artística José María Sert, citado como pintor de los murales del restaurante del Hotel Waldorf Astoria, con escenas del Quijote, (actualmente en el museo de la Fundación Banco de Santander de Boadilla del Monte), o las espectaculares bóvedas de ladrillo de Rafael Gustavino, padre e hijo, valencianos, el padre maestro de obras desplazado a Nueva York en el último cuarto del siglo XIX y el hijo arquitecto, que utilizaron su sistema en múltiples locales de amplios espacios, citado en su intervención en el Oyster Bar, en un pasaje del capítulo 92.
En el desarrollo del texto, sin entrar en su contenido, pero por citar alguno de los pasajes, me llama la atención, por el momento de relajación, frescura y diversión que describe, la cena en el Waldorf Astoria, en el artículo 67, donde con total desenvoltura, el ex-Príncipe de Asturias saluda al músico, también español, Xavier Cugat, con un “¡Cugui, canalla!”. El otro extremo estaría en los pasajes que transcurren en los vacíos muelles de Nueva York, en donde los niveles de tensión alcanzan lo más alto, propios de la novela negra más profunda.
Al relato se le podrían achacar algún matiz de reiterativo, ¿pero no es así en el transcurrir de la vida…?
                José Alberto Sáez de Haro
Diciembre 2018
jasaez@saezdeharo.com   

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